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La descarbonización, cómo pasar de las fuentes fósiles a las renovables

Si la meta de la transición energética es pasar a fuentes renovables, el abandono del carbón a corto plazo debe garantizar estabilidad y resiliencia de las redes. El gas natural cumple un rol clave.

Parece fácil decirle adiós al carbón, pero ¿Qué significa en realidad la descarbonización? La transición energética hacia una producción de energía más sostenible no se puede resolver con un simple y repentino abandono de las fuentes fósiles. En cambio, el proceso tiene que prever una eliminación gradual y gestionarlo de tal manera que asegure la estabilidad, resiliencia y eficiencia de las redes.

La importancia de la flexibilidad

La transición de las energías fósiles a las renovables, punto clave en la lucha contra el cambio climático y dirigida hacia la sostenibilidad, representa un cambio de paradigma. Se pasa de un modelo de generación de energía totalmente programable hacia un escenario en el que la característica intrínseca es la no programación. Por lo tanto, es un camino que plantea retos técnicos e infraestructurales, porque no nos podemos permitir desestabilizar las redes, ni provocar apagones o interrupciones del servicio.

Si tratamos de imaginar cómo será la gestión energética del futuro servirá, seguramente, la flexibilidad. Las alteraciones repentinas del equilibrio entre la demanda y la oferta de energía, el estrés de red y las situaciones excepcionales, ya están imponiendo una gestión con centrales que sean capaces de anticipar y tolerar situaciones críticas, de afrontarlas en tiempo real para luego volver a condiciones normales.

El mayor reto que hay que afrontar es encontrar la forma de gestionar las diferencias diarias entre demanda y oferta. De hecho, las centrales eólicas y fotovoltaicas generan una desalineación entre la producción de energía y su consumo, que en parte es previsible y en parte depende de las condiciones meteorológicas. La respuesta debe seguir dos orientaciones principales. En primer lugar, el potenciamiento de los sistemas de almacenamiento de energía (storage) para diferir el suministro de energía según la demanda efectiva. Y luego, en una fase temporal, el reemplazo del carbón por otras fuentes menos contaminantes, pero que, además, sean capaces de garantizar un suministro de energía programable. Desde esta perspectiva, en la actualidad el gas natural representa una alternativa prometedora y eficaz y es un óptimo aliado de la transición energética actual.

¿Por qué el gas es la mejor solución transitoria?

Son muchísimas las ventajas que posee el gas natural respecto al carbón.  La Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés), las ha cuantificado, destacando una mejora en la eficiencia: del 40% en las centrales tradicionales de carbón al 50% de las de metano pudiendo alcanzar  un 60% si se utilizan tecnologías de última generación. Mientras que con relación a las emisiones, con la misma energía eléctrica generada se puede reducir hasta la mitad de la cantidad de dióxido de carbono producido.

Por último, una característica no tan importante para el ambiente pero fundamental para el uso humano de la transición del carbón al gas es que permite una mayor agilidad de su uso, mejorando lo anteriormente mencionado respecto a la estabilidad y a la resiliencia de las redes. A medio plazo, si el consumo de energía será cada vez más intermitente, el gas podría responder de la mejor manera posible a las exigencias prácticas, al menos hasta que la combinación de fuentes renovables (para la generación) y de baterías (para el almacenamiento) esté lo suficientemente desarrollada para garantizar un óptimo desempeño.

Entre las ventajas del gas, existe la posibilidad de que haya intensos picos en la producción de energía. Esta peculiaridad que se concretiza en los llamados peaking power plants, es una de las características que hacen que el gas sea un facilitador para el ingreso de las fuentes renovables en los mercados energéticos. De hecho, al compensar los picos de la demanda, se resuelve el principal problema de viento y de sol. Una perspectiva confirmada por las cifras del último informe sobre la energía elaborado por BloombergNEF, que prevé un crecimiento anual del gas del 0,6% en constante progresión hasta 2050.

Sin embargo, mucho dependerá de los objetivos tecnológicos alcanzados. Tan solo mencionamos que, con la última clase de turbinas, hemos pasado de un máximo de 50 megavatios por minuto a 100. Y si con la innovación se apunta a elevar más este umbral, se estará trabajando paralelamente para reducir aún más el impacto ambiental, tanto mejorando la eficiencia como introduciendo catalizadores para recolectar dióxido de carbono y óxidos de nitrógeno, impidiendo su emisión en la atmósfera.

Fuente: Enel Green Power

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